La verdad no se puede imponer
Teresa Barro El siglo veinte estuvo marcado por ideologías que, aunque seculares y ateas algunas de ellas, se vivieron como verdades de carácter absoluto y ¨religioso¨. Fueron catecismos que dictaron lo que estaba bien y lo que estaba mal y llevaron a la creencia de que toda transgresión de las verdades absolutas e indiscutibles que aseveraban merecía ser castigada. Los ¨buenos¨ tenían el derecho y el deber de ganar a los ¨malos¨ para así poder establecer la doctrina exacta y el paraíso terrenal. No había diálogo posible entre los distintos bandos porque todos se creían en posesión de la verdad y con derecho a imponerla. El resultado fueron guerras calientes y frías armadas y aprovechadas por elites políticas, religiosas, económicas y sociales que usaron los distintos dogmas y catecismos para hacer todas lo mismo: obtener poder y riqueza para ellas y vivir a cuenta de los demás. Nadie hubiera podido imaginar hacia mediados del siglo veinte, pasadas las dos guerras mund