El aborto

Teresa Barro

Elegir la cuestión del aborto para defender la moral y el derecho a la vida, cuando en tantas otras cuestiones se deja sin aplicar esa moral y sin respetar ese derecho, indica indiferencia al sufrimiento de las mujeres y el deseo misógino de castigarlas y hacerles sentir su inferioridad ¨nata¨.El patriarcado, por detrás del culto a ¨la familia¨ que impone, fomenta crueldad hacia las mujeres e irresponsabilidad hacia los hijos. El sistema decreta que hay que traer hijos al mundo, cuantos más mejor, pero sin responsabilizarse de ellos. La interpretación patriarcal que se hizo de las religiones contribuyó a asentar esa mentalidad. Si ¨los hijos los manda Dios¨ y ¨son siempre el mayor regalo¨, como afirmaron, o dejaron que se afirmase, las iglesias cristianas, se cumple con ¨dar la vida¨ y lo de cuidarlos corresponde a ¨la Providencia¨, es decir, a ese Dios que los mandó, no a los padres.
El aborto provocado es consecuencia de la misoginia, la injusticia, el miedo, la dependencia, la pobreza y la irresponsabilidad que el patriarcado fomenta, y de que haya privado de libertad y oprimido a las mujeres, y empujado al descontrol y al abuso a los hombres. Por todo lo cual la sociedad no está en condiciones de juzgar en esa cuestión. Sería preferible no legislar en esa materia y que cada cual haga lo que le parezca mejor.  Lo que hay que atacar no es el aborto, sino los males que lo causan, porque sin esos males no existiría.

Una de esos males es la presión constante de la sociedad para que se tengan hijos, invocando distintas razones para ello según los tiempos, pero siempre dando por hecho que sin reproducirse no se puede ser hombre o mujer completos ni cumplir el destino humano. Otro de esos males de fondo es el manejo poco inteligente de la sexualidad y el que se haya usado siempre como instrumento de dominio, anulación y manipulación social. La vida sexual tendría que estar, como todo lo demás, guiada y controlada por la inteligencia y el juicio, y habría que proporcionar todos los medios para ejercer ese control, incluidos anticonceptivos e incluido el método de esterilización, que no se promueve como debiera por los muchos intereses políticos, psicológicos y comerciales que influyen en el asunto.
Habría que legislar, en cambio,  en algo que nunca fue objeto de legislación y que es uno de los males de fondo que lleva al aborto: el derecho de todo ser que venga al mundo a que lo reconozca como hijo quien lo engendró y a contar con la protección económica y de todo tipo que eso supone, sin distinción de si nace de pareja casada o no. No debiera permitirse que el hombre que tenga hijos con una mujer se case con otra, ni por matrimonio civil ni eclesiástico,  aunque no haya que obligarlo a que se case con la madre de esos hijos. Es notable que la iglesia católica, que tanto gusta de ejercer presión política contra el aborto y de entrometerse en la legislación a ese respecto, nunca se haya manifestado en contra del abandono de las mujeres y de los hijos que los hombres hicieron con impunidad, y que no haya considerado un impedimento al matrimonio eclesiástico que un hombre tuviese hijos con otra mujer.
Es casi inimaginable el cambio que esto traería en la sociedad y la cantidad de males que desaparecerían. Si la idea escandaliza o es difícil de aceptar es porque no se cuestiona el derecho del hombre a la libertad. Pero el liberalismo moral funciona como el liberalismo económico:  fomenta la desigualdad y la injusticia y hace que unos tengan demasiado y otros no tengan nada. Legislar en ese sentido haría al hombre más prudente y cauteloso en el uso de su sexualidad y le daría un control y un entendimiento de su vida que nunca se le permitió que tuviese.


Enero de 2014

Comentarios

  1. Genial. Es que la hipocresía imperante a este respecto es atroz. A mí me pone mala.

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